sábado, marzo 29

Hermanos Vergara Toledo...con la memoria intacta!

Mis sueños venían sin envase. Las cosas que quería no eran mías, eran más bien para mejorar ese que creía era mi mundo. Así que no había cajitas, ni papeles de regalo ni cintitas brillantes que pudiesen contener mis ansias pendejas y libertarias. ¿Cómo se mete la sonrisa de un niño en una caja?...¿se le puede poner una cintita a la sensación del estomago lleno?...¿se puede envolver en papel de regalo la caja de tomates, el kilo de papas, los cuatro panes y las cinco lechugas aportadas a la Olla Común?.

Chile no era el paraíso.

Mi infancia tuvo lugar entre la calle incendiada y la revuelta cotidiana. Entre las cimarras y el refugio en la facultad de Medicina Norte guerreando infantilmente con la policía. Mi infancia supo de carreras, de lacrimógenas y mi viejo sacándome de la comisaría. Tenía 13 años y una parte significativa de mi vida y de mi mundo dependía en buena forma de la cantidad de asaltos al paraíso que podíamos organizar fundando en el fuego de nuestras barricadas la esencia misma y colorida de nuestras vidas.

Amamos, fuimos felices en medio de la tragedia. Amamos a nuestros compañeros y compañeras. Respondimos a la guerra con más guerra y, por cierto, fuimos nosotros los derrotados. Fueron nuestros los muertos y las flores tristes en sus tumbas. Es nuestra la pena que sigue intacta, las ausencias, los guiños a la muerte y las risas cargadas de vida. Nuestras las filas al cementerio, nuestro el luto que pinta de negro también una parte significativa de nuestra alma.

Pero fueron también nuestras alegrías las alegrías de otros y fue nuestra la sonrisa cochina entre el humo y la toma del liceo. Nuestra la alegría que cabalgaba entre la Patria parida en la fogata y nuestro el canto insurgente que emergía del paño en la cara. Nuestra la Villa Francia, la Legua, La Victoria, la Huamachuco, El Cortijo, la Caro y la Pincoya. Nuestro el futuro sin proyecto moldeado a “Mercurio”, con perfume bencinero y la cabeza de los palitos de fósforos…

Fue nuestra la caminata a Quilicura bordeando el cerro para constatar por nosotros mismos que efectivamente a los profes los habían tirado degollados cerca del aeropuerto… Ese mes nos quitaron también a Rabel y Eduardo. Marzo de 1985. Chile no era el paraíso. Fue nuestro el horror y la rabia por la Carmen Gloria, regada de combustible e incendiada sin piedad alguna exactamente a nuestra misma edad.

Por eso incendiamos todo también nosotros. Por eso respondimos a la guerra con guerra. Al odio con Odio. A la rabia con rabia. Por eso no olvidamos NADA:

A las 19:30 horas del 29 de Marzo de 1985, una patrulla de carabineros embosca a Eduardo y Rafael Vergara Toledo.

“Parece que Rafael no murió inmediatamente. Parece que lo arrastraron, los juntaron y Rafael, el más chico, estaba vivo todavía y estiró la mano para tomar a su hermano y ahí murió... Para mí eso me da una gran satisfacción... como los hijos, los hermanos... es posible que se quieran tanto de dar la vida por el otro; de tratar de acercarse... eso para uno como padre realmente lo hace sentirse bien.

No entendemos por qué 'ese día' ellos estaban juntos. Creemos que se juntaron por algo efectivo. Estuvieron todo el día en el sector, mucha gente los vio, visitaron amigos y familias. Sabemos donde tomaron desayuno, sabemos que Rafael jugó con algunos niños. Después supimos que la Tenencia Alessandri recibió una llamada telefónica a las 7 1/4 de la tarde sobre la presencia de sospechosos en el sector.

Carabineros ordenó que se detuvieran y según algunas personas, no se detuvieron... arrancaron, el furgón los siguió pidiendo refuerzos; los acorralaron y un carabinero disparó obligándolos a huir hacia donde los estaban esperando y ahí los acribillaron. Eduardo murió instantáneamente, Rafael quedó herido, fue subido al furgón y rematado ahí. Posteriormente su cuerpo fue arrojado junto al de su hermano”.


Por eso nos hicimos también tus hijos Luisa Toledo y Manuel Vergara.


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